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sábado, 19 de mayo de 2012

TEORÍA DE LA JOVENCITA. Libros para la crisis


 


"Este es un libro de amor. Habla sobre la imposibilidad del amor en nuestra estructura económica. ¿Qué significa esto? El capitalismo no está ahí fuera: en el FMI, la OMC o el BCE. El capitalismo es una promesa de paraíso en la tierra, una idea de éxito y realización, un poder de fascinación. Tiqqun le pone nombre y le da figura: la Jovencita. La Jovencita no es mujer ni hombre, sino una imagen, un modelo, un ideal. Eterna juventud, seducción ilimitada, placer indiferente, amor asegurado contra todo riesgo, control de las apariencias, cero defectos. Impersonal, implacable, impecable, impermeable e imposible, la Jovencita se apodera de nuestra mirada, de nuestro deseo y de nuestro imaginario. Es una máquina de guerra. No se deja tocar y nunca pierde. Tiqqun dibuja el campo de batalla: nos lo hace ver. De qué modo un bolso, un culo, una sonrisa, un perfume, unas botas o unos bíceps pueden ser armas en una guerra. Librada entre nosotros y en el interior de cada uno. Una guerra contra el azar y los encuentros sin garantías, la belleza y la sensualidad singulares, el tiempo de toda duración, la violencia del abandono y la entrega. Contra el amor verdadero. Fragmento a fragmento, Tiqqun disecciona a la Jovencita. Sin piedad, porque hay que conjurar su poder de fascinación. El hechizo que nos hace ver la realidad repleta de arrugas, fracasos, peligros, grasas y ataduras. Brutalmente, porque el objetivo es desvelar la verdad que esconde su promesa de paraíso: vulgaridad, angustia y soledad. Y al trasluz de la crítica, nos propone una nueva educación sentimental. Esta edición incluye el texto «Hombres-máquina: modo de empleo», donde Tiqqun desarrolla el análisis del biopoder contemporáneo: la reducción de la vida humana a simple carne que vigilar y gestionar según parámetros estandarizados de belleza, salud o placer. De los mismos no-autores, Acuarela Libros publicó en 2009 Llamamiento y otros fogonazos. "Entendámonos: el concepto de Jovencita no es, evidentemente, un concepto sexuado. No le cuadra menos al chulito de discoteca que a una árabe caracterizada de estrella del porno. El alegre relaciones públicas jubilado que reparte su ocio entre la Costa Azul y el despacho parisino donde aún tiene sus contactos, responde a él al menos tanto como la single metropolitana demasiado volcada en su carrera de consulting para darse cuenta de que ya se ha dejado en ella quince años de vida. ¿Y cómo daríamos cuenta de la secreta correspondencia que liga al homo conectado-hinchado-empaquetado del Marais con la pequeña burguesa americanizada e instalada en las zonas residenciales con su familia de plástico si se tratase de un concepto sexuado? En realidad, la Jovencita no es más que el ciudadano-modelo tal como lo redefine la sociedad mercantil a partir de la Primera Guerra Mundial, como respuesta explícita a la amenaza revolucionaria." La Jovencita llama invariablemente «felicidad» a todo aquello a lo que SE la encadena. La Jovencita no es nunca sencillamente desgraciada, es también desgraciada por ser desgraciada. En última instancia, el ideal de la Jovencita es doméstico. A la Jovencita a menudo le dan mareos cuando el mundo cesa de girar en torno a ella. La Jovencita se concibe como detentadora de un poder sagrado: el poder de la mercancía. La Jovencita es fascinante al modo de todas las cosas que expresan una clausura sobre sí mismas, una autosuficiencia mecánica, una indiferencia hacia el observador, tal como hacen el insecto, el lactante, el autómata o el péndulo de Foucault. ¿Por qué la Jovencita debe fingir siempre cierta actividad? Para mantenerse inexpugnable en su pasividad. La «libertad» de la Jovencita rara vez va más allá del culto ostentatorio a las más irrisorias producciones del Espectáculo; tal libertad consiste exclusivamente en oponer la huelga de celo a las necesidades de la alienación. La Jovencita quiere ser deseada sin amor o bien amada sin deseo. En cualquier caso, la desgracia está asegurada. Al igual que esas revistas que SE le reservan y que ella devora tan dolorosamente, la vida de la Jovencita se encuentra dividida y ordenada en otras tantas secciones, entre las cuales reina la más grande separación. LA JOVENCITA ES LO QUE, NO SIENDO OTRA COSA, OBEDECE ESCRUPULOSAMENTE A LA DISTRIBUCIÓN AUTORITARIA DE LOS ROLES. El amor de la Jovencita no es más que un autismo para dos. Eso que aún se llama virilidad no es más que el infantilismo de los hombres, del mismo modo que la feminidad es el infantilismo de las mujeres. La misma obstinación desengañada que caracterizaba a la mujer tradicional, confinada en el deber de asegurar la supervivencia, se desarrolla hoy en la Jovencita, aunque esta vez emancipada tanto de la esfera doméstica como de todo monopolio sexuado. En lo sucesivo se expresará por todos lados: en su irreprochable impermeabilidad afectiva al trabajo, en la extrema racionalización que impondrá a su «vida sentimental», en su forma de caminar, tan espontáneamente militar, en su forma de follar, de ponerse de pie o de teclear en su ordenador. No será de otro modo como lave su coche. La Jovencita se parece a su foto. En tanto su apariencia agota enteramente su esencia y su representación su realidad, la Jovencita es lo enteramente decible; así como lo perfectamente predecible y lo absolutamente neutralizado. La Jovencita no existe más que en proporción al deseo que SE tiene de ella y no se conoce más que por lo que de ella SE dice. La Jovencita aparece como el producto y la principal salida a la formidable crisis de excedentes de la modernidad capitalista. Es la prueba y el soporte de la persecución ilimitada del proceso de valorización cuando el proceso mismo de acumulación se revela limitado (por la exigüidad del planeta, la catástrofe ecológica o la implosión de lo social). La Jovencita se complace en recubrir con un segundo grado falsamente provocativo el primer grado, económico, de sus motivaciones. Toda la libertad de circulación de la que goza la Jovencita no le impide en absoluto ser una prisionera, ni manifestar en cualquier circunstancia automatismos de enclaustrada. La forma de ser de la Jovencita consiste en no ser nada."

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