
La estereoscopía no llega a frenesí, pero es una ilusión en toda regla, una sombra, una ficción… como la vida, vaya. Lo aseguró Calderón de la Barca (¿o no fue Calderón de la Barca?) en un momento de arrebato y hasta ahora no ha habido quien lo desmienta. En este caso se trata de creernos que hay profundidad cuando en realidad la cosa no va más allá de dos superficies planas. Y, ¿cómo nos lo creemos? Pues engañando a nuestro cerebro y añadiendo perspectiva, algo muy común.
En aquella época estuvo muy de moda la fotografía estereoscópica, las cámaras utilizadas contaban con dos objetivos o un objetivo desplazable y se vendían como rosquillas entre los burgueses. Exactamente igual que ocurre ahora con las digitales “semi-profesionales”, cualquiera de nosotros lleva mil eurejos de Canon o Nikon, colgados del cuello para dispararle a la Torre del Oro.
La Loreo 3D es una analógica especialista en el tema. Si somos manitas artesanos nos podemos fabricar un artefacto que una (del verbo unir) dos máquinas (algo pesado) y si somos manitas digitales, debemos saber que entre 6 y 8 cm es la distancia que venimos teniendo los humanos entre ojo y ojo. Disparamos, nos separamos la distancia anterior, disparamos otra vez y a montarlas. Para ello están, cómo no, Photoshop y sus máscaras. Rojo para una y cian (azul saturado) para otra… Por supuesto el sujeto debe estar inmóvil. Si queremos sacar en 3d con nuestra digital el mercado de la Boquería en hora punta, necesitaremos dos cámaras disparando de manera sincronizada. C’est la vie.
Y todo esto por tres raquíticas dimensiones espaciales de nada, como si no necesitáramos doce más, por lo menos, para ir tirando con holgura. Una comodidad clasificatoria, esto de las tres dimensiones convencionales. Lo dijo Borges (¿o no fue Borges?).
¡Ah! Como dejaban hacer fotos, además de Cádiz en 3d, me interesaron la sala y sus visitantes.
