RAYUELA, CAP. XIX
La
cuestión de la unidad lo preocupaba por lo fácil que le parecía caer
en las peores trampas. En sus tiempos de estudiante, por la calle
Viamonte y por el año treinta, había comprobado con (primero) sorpresa y
(después) ironía que montones de tipos se instalaban confortablemente
en una supuesta unidad de la persona que no pasaba de una unidad
lingüística y un prematuro esclerosamiento del carácter. Esas gentes se
montaban un sistema de principios jamás refrendados entrañablemente, y
que no eran más que una cesión a la palabra, a la noción verbal de
fuerzas, repulsas y atracciones avasalladoramente desalojadas y
sustituidas por el correlato verbal.. Y así el deber, lo moral, lo
inmoral y lo amoral, la justicia, la caridad, lo europeo y lo
americano, el día y la noche, las esposas, las novias y las amigas, el
ejército y la banca, la bandera y el oro yanqui o moscovita, el arte
abstracto y la batalla de Caseros pasaban a ser como dientes o pelos,
algo aceptado y fatalmente incorporado, algo que no se vive ni se
analiza porque es así
y nos integra, completa y robustece. La violación del hombre por la
palabra, la soberbia venganza del verbo contra su padre, llenaba de
amarga desconfianza toda meditación de Oliveira, ...